Los tiempos cambian, ¿y nosotros?

Parece bastante claro que el mercado del vino ha cambiado. Sus consumidores no son los de hace apenas una década. Las ocasiones de consumo han girado de la mesa a la barra, y los gustos han evolucionado hacia vinos más aromáticos y frescos. Y la sensibilidad por acercarse a la naturaleza, respetándola y sosteniéndola, va más allá de una cuestión “marketiniana” de diferenciación de producto, y comienza calar entre productores y consumidores.

Las ferias, antaño momentos indiscutibles en los que encontrarse con distribuidores y clientes, luchan por encontrar un nuevo modelo que se adapte a los actuales paradigmas de comercio que permitan hacer frente a inversiones inmobiliarias que actualmente resultan desproporcionadas e imposibles de amortizar.

Incluso la forma de llegar al consumidor tampoco es la misma. Internet, con sus redes sociales y las aplicaciones informáticas han revolucionado el mundo de la comunicación e, incluso, el comportamiento de los ciudadanos, que parecen vivir pegados a un smartphone o una tableta (los fabricantes conscientes de esta situación luchan por ser los primeros en conseguir móviles en las muñecas o en unas gafas).

Pero, ¿qué hacemos desde el sector vitivinícola por adaptarnos a todos estos cambios?

La respuesta no es fácil y, como casi siempre sucede cuando se presentan cuestiones tan complejas como esta, acaba siendo la misma: cada uno hace lo que puede y lo que mejor considera. Y todo ello bajo el común denominador de la individualidad y la ausencia de sinergias.

Es verdad que cada día surgen más voces reclamando asociaciones eficientes y eficaces, abandono de personalismos trasnochados, y planificaciones eficientes y que ayuden a una mayor optimización de unos recursos escasos e insuficientes. Pero seguimos a años luz de conseguirlo.

En escasas ocasiones conseguimos pasar de las palabras a los hechos y en prácticamente ninguna logramos hacerlo de manera colectiva y responsable. Y aunque los hay que se encargan de repetirnos constantemente que necesitamos bodegas mucho más grandes, que en la concentración está el éxito. Yo, cada día sigo pensando más que lo que nos falta es más corporativismo y sentimiento de orgullo por lo que hacemos. Un poco más de confianza en nuestro producto y mucho más creernos lo que intentamos predicar sin convencimiento.

Un acuerdo poco satisfactorio

Dejando a un lado las valoraciones “políticas” que pueda merecer el acuerdo entre las industrias vitivinícolas de la Unión Europea (CEEV) y la Asociación de Bebidas Alcohólicas de China (CADA) por el que se cierran las investigaciones anti-dumping y anti-subvención sobre el vino europeo; y que ya hemos visto que han propiciado un considerable número de declaraciones felicitándose por ello, este asunto nos ha salido muy caro.

Desde el punto de vista económico, porque las minutas de los despachos de abogados y los intérpretes jurados (toda la documentación presentada tenía que ser traducida al mandarín) han sido considerables. Pero nada, si lo comparamos con el coste que supondrá en términos de competitividad la información que nos han “obligado” a facilitarles a China y que ha puesto en evidencia los márgenes comerciales y la operatividad de las bodegas españolas seleccionadas para cooperar.

Ya comprendo que cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y el papel de las administraciones y asociaciones es hacer declaraciones políticamente correctas y zanjar el asunto sin más alboroto, reduciéndolo a destacar que se trata de un “acuerdo privado entre sectores”.

Pero lo único cierto es que hemos hecho lo que han querido los chinos, les hemos facilitado toda nuestra información y nos hemos comprometido a cooperar durante dos años, no solo en el ámbito comercial, sino también en otras áreas técnicas como experimentación, cultivo y técnicas de mecanización de viñedo, vinificación y control de calidad, marketing, catas de vinos y sistema de protección de las indicaciones geográficas.

Pero, ¡es lo que hay!

Intereses mucho más importantes, relacionados con los paneles solares alemanes, han prevalecido; y el vino, como en tantas veces anteriormente, ha sido la moneda de cambio.

¡Ah! Y para los que piensen que China no es una amenaza para nuestras exportaciones, yo les diría que, de momento, está claro que no, pero que en un futuro no muy lejano, no estaría yo tan seguro. Especialmente para aquellos vinos baratos, que hoy por hoy, siguen representando el grueso de nuestras exportaciones mundiales.

Lo de la asistencia china a las empresas europeas en la organización de catas allí, la mejora del conocimiento del vino entre los consumidores chinos y la promoción de la cultura del vino está muy bien. Pero España durante el pasado año exportó a China 415.047 hectolitros a un precio medio de 1,78 €/litro, lo que no se puede decir que sea un mercado de gran valor como para ser los que más nos beneficiemos de ese acuerdo.

Claro que, siempre podemos sentirnos satisfechos con el anuncio hecho por el ministro de Agricultura, Arias Cañete, sobre su total oposición a la aplicación de un impuesto al vino, tal y como recoge la propuesta “Lagares”. Es decir, que “anunciamos la posibilidad de ponerlo, pero no lo ponemos gracias a mí oposición”.

O mejor, nos olvidamos de todos estos asuntos y nos centramos más en el día a día de nuestras bodegas, le echamos un vistazo a los datos de exportación de enero, que indican una recuperación del volumen con respecto al mismo mes del año pasado de un 19,4% y confiamos en que a lo largo del año podamos mantener esta tasa de crecimiento y superar los holgadamente los veintiún millones de hectolitros.

Aunque no sepamos si será suficiente para frenar la sangría que están sufriendo los precios en origen, dado el elevado volumen de la cosecha (última cifra del Ministerio: 50.948.500 hl) y la incapacidad demostrada por el consumo interno para recuperarse, ante la impasibilidad de un sector que no encuentra la forma de llegar a los nuevos consumidores mientras los fieles se les van muriendo.

Tomémoslo en serio

Aunque desde el Ministerio se nos asegura que se luchará por convencer al resto de los miembros del Gobierno, especialmente a los responsables del área económica, de que la propuesta del grupo de expertos de la Comisión Lagares no ha tenido en cuenta aspectos que van mucho más allá de lo estrictamente relacionado con los impuestos y que, en estos momentos, son de vital importancia para el sector; habrá que estar muy atentos a los movimientos que se vayan produciendo, pues sería totalmente inadmisible en un sector que resulta locomotor del comercio exterior, que mejora la imagen de la “Marca España” y que está inmerso en una revolución profunda, marcada por una reconversión del viñedo dirigida a mejorar de la competitividad del sector, que pasa, necesariamente, por un aumento de la productividad y una mejora en su rentabilidad. Cuestiones ambas que no son precisamente compatibles con aumentos de impuestos.

Competitividad que va mucho más allá de euros por litro y que sitúa su principal problema en la comercialización, que ha mejorado mucho en la última década con una notoria profesionalización de las bodegas, que les ha permitido encontrar en el exterior una alternativa a un mercado interior hundido. De estas bodegas, una buen parte ya hace tiempo que ha tomado conciencia de la importancia de valorizar su producto si quiere tener alguna posibilidad de continuidad. Y aunque al otro gran asunto, que es la mejora de la comercialización en el mercado interior que permita aumentar un consumo per cápita que se sitúa entre los más bajos del mundo y el más preocupante de todos los grandes países productores del mundo, son muy pocas las que dedican recursos, los últimos movimientos realizados por las “grandes” en este sentido, permiten pensar que se lo están tomando en serio.

Es muy posible que un número importante de las más de cuatro mil bodegas españolas que hay registradas, consideren que los concursos tienen poca, o nula, influencia en el consumidor y que, por consiguiente, su participación dista mucho de ser rentable. Y es muy posible que tengan razón. Pero si es así ¿cómo se explica que se sucedan uno a uno sin cesar? ¿O que haya más y más organizaciones y administraciones públicas que organicen el suyo, importándoles poco o nada la enorme competencia que existe?

Los concursos son rentables, sin duda. Otra cosa es que esa rentabilidad les llegue desde el punto de vista económico, cuestión que prácticamente está reservada para uno o dos de todos los organizados a nivel nacional, y que, podrán imaginar, se trata de los de mayor prestigio y son los reconocidos por los organismos internacionales.

Pero hay otras rentabilidades mucho más intangibles que se corresponden con aquellas relacionadas con el prestigio, la notoriedad o el propio ámbito geográfico al que van dirigidos. Ámbitos todos ellos igual de respetables y que alcanzan los objetivos perseguidos con un alto grado de éxito. Ya que lo único a lo que aspiran alcanzar las bodegas inscribiendo, y pagando porque sus vinos participen no es otra meta que aumentar sus ventas y, si es posible, el precio. Lo que sin duda consiguen, a tenor de la proliferación de certámenes en los últimos años.

Por un cambio de consumo

Es lo suficiente evidente, tanto como para no dejar ningún lugar a la duda, que tan solo el mercado exterior es capaz de hacer sostenible el sector vitivinícola español. Ni tradiciones, ni culturas, por más que se empeñen algunos en señalar a nuestro país o sus ciudadanos como emblema de la vitivinicultura mundial. Ni consumo, ni negocio; que apenas permiten a las bodegas (aquí siempre hablamos en términos generales, que para excepciones ya tenemos cada uno las nuestras), hacen viables ni la viticultura, ni las bodegas. Incluso en aquellos casos en los que hay fuertes cuestiones medioambientales o de arraigo de la población; tampoco en estos casos es posible mantener que la vitivinicultura actúa suficientemente para ello.

Esto no es nuevo de este año. Ni tan si quiera de esta OCM, o de las anteriores. Es más una cuestión antropológica, que debemos llevar muy adentro, ya que nunca hemos sido capaces de valorizar suficientemente nuestros vinos, más allá de tipologías o zonas muy concretas en las que han sido otros los que lo han hecho. Británicos en Jerez, franceses en Rioja, o suizos e italianos en Valencia; y poco más. Son los únicos que, a lo largo de nuestra historia han encontrado en España un verdadero vergel vitícola capaz de elaborar productos de interés para sus mercados.

Hoy, muchas décadas después, se podría decir que seguimos igual. Hemos aprendido poco y seguimos dependiendo de los demás para mantener a duras penas un sector que paga ruinosamente la uva a sus viticultores y vende sus vinos a los precios más baratos de cualquier otro país productor (aunque haya campañas excepcionales en las que esto no sea así).

Congratularnos de esto, más que motivo de alegría sería resaltar una evidencia, y si queremos sentirnos orgullosos por algo debería ser del ejemplo de algunas bodegas españolas, que son capaces de valorizar sus vinos en los mercados exteriores… y en los interiores.

Porque yo me pregunto: ¿conocen alguna bodega que venda sus vinos en el mercado exterior a un buen precio y lo haga en los niveles más bajos de la cadena en el mercado nacional? ¿Verdad que quién vende bien fuera, lo hace, también, bien dentro?

Pues entonces, yo le agradecería al ministro que, en lugar de sentirse orgulloso porque nuestras bodegas sean una pieza importante en el saldo comercial de nuestra balanza de pagos, se preocupara también porque esos ímprobos esfuerzos que dedican al mercado exterior lo pudieran hacer en el interior, con más información y formación a los consumidores, única vía para atraer un consumo de copa y sorbo que sustituya a un consumo alimenticio perdido.

El vino como reclamo

Aunque los datos del 2013 representan un aumento considerable del volumen de vino importado (+33,7% si se tiene solo en cuenta el vino y +20,9% si se consideran también mostos y vinagres), y todo parece indicar que tal situación encuentra justificación en lo corta que resultó la cosecha del 2012, siendo la categoría de vinos sin indicación de origen ni variedad, la que más volumen concentró con el 62,8% del total de los 1,903 Mhl importados; hay algunos detalles, como pudiera ser crecimiento experimentado del 1692% de los vinos con D.O.P. a granel, que deberían hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que nuestro consumo interno vaya internacionalizándose y abriéndose a vinos procedentes de otros países.

Aunque los poco menos de dos millones de hectolitros importados apenas representen un 9,11% de lo exportado, se antoja razón insuficiente la disminución del cinco por ciento de la cosecha para justificar este crecimiento. Parece más lógico pensar en clave de precio y competitividad de nuestros vinos.

Ya hace algún tiempo que políticos y gerentes se han dado cuenta de que el vino puede ser un excelente reclamo de cara a la llegada de nuevos visitantes. Al fin y al cabo somos el tercer país del mundo en turismo y aspiramos a consolidarlo como motor de un modelo económico que hemos tenido que cambiar a marchas forzadas.

Es verdad que el peso del turismo en nuestro Producto Interior Bruto es elevado desde hace muchos años, que siempre ha sido uno de nuestros principales puntales, pero ahora, y ahí es donde está la diferencia, queremos cambiar ese turismo de “chancleta” por un turismo de mayor calidad y valor añadido. Y para eso la gastronomía y de forma muy especial, los vinos, están llamados a jugar un papel muy relevante.

¿Cómo mejorar y avanzar en el conocimiento y la información que tienen quienes nos visitan de nuestras denominaciones de origen, bodegas o marcas?

Mucha estadística y el mercado parado

Son muchos los temas que se acumulan esta semana y que resultan de gran trascendencia para el sector: desde la apuesta del Ministerio por contar con datos de producción más cercanos y que verdaderamente ayuden a las bodegas en la toma de sus decisiones y planificación de la campaña, hasta los que hacen referencia al mercado exterior, tanto en su vertiente exportadora como importadora durante el pasado año 2013. O los referidos al consumo en el hogar hasta noviembre; sin olvidarnos de la estimación de cosecha publicada por la UE, o el aviso dado por la Comisión advirtiendo que las ayudas a la inversión no pueden restringirse atendiendo al tamaño de las empresas. De todos estos temas encontrarán una amplia información en nuestras páginas y en la web www.sevi.net que hemos renovado pensando en ustedes.

Muy posiblemente, el modificar las fechas para las declaraciones de existencias, de cosecha y de producción pueda parecer la información menos relevante. Pero si tenemos en cuenta cuál ha sido la reacción del mercado a la estimación hecha pública por el Ministerio de una cosecha por encima de los cincuenta millones de hectolitros; y que los representantes del sector demandan que esta información se sepa cuanto antes y que se traslade a los operadores de manera rápida y automática como sucede en otros sectores muy similares como el del aceite de oliva, quizá entendamos que no es tan banal y que sus consecuencias van mucho más allá de los datos de una campaña concreta.

Si además nos fijamos en que los operadores que tendrán la obligación de completar estas declaraciones se amplían a: productores de vino, productores de otros productos distintos al vino y no productores que lo hayan adquirido; es posible que acabemos con esas diferencias entre la información de unas declaraciones y otras que tantas veces hemos denunciado y logremos que los diversos colectivos que integran el sector cuenten con una información solvente y actualizada.

Lo que igual ayuda a que la Comisión en esas estimaciones europeas también actualice sus datos y los ajuste más a la realidad, pues cuando España ya ha publicado los 50,5 Mhl, en los balances comunitarios siguen figurando dos millones menos para nuestro país.

En cuanto a nuestro mercado exterior, pues qué les voy a contar, que seguimos manteniendo un buen ritmo en nuestras exportaciones, gracias al cual funciona el mercado, pues el consumo interno mantiene un estancamiento endémico. Aunque las esperanzas de recuperar los cuatro millones y medio de hectolitros perdidos sigue pareciéndome un sueño lejano.

¿Un nuevo modelo productivo?

Hay temas que por más recurrentes que puedan parecer, siguen siendo de gran importancia para el desarrollo del sector. Sin duda, uno de ellos es el relativo al consumo interno que tenemos y los pocos esfuerzos que desde los colectivos implicados se hacen por darle una solución satisfactoria.

Llevamos años lamentándonos de que el consumo cae, que la única alternativa para nuestro sector es la exportación y que cada vez más nuestras bodegas e instituciones le dan la espalda al mercado interior y a sus consumidores.

Porque si resulta que la salida de la crisis va a estar en el turismo, las exportaciones y los compradores de vivienda en España van a ser los extranjeros ¿qué somos los españoles? Mano de obra barata para mejorar la productividad de las multinacionales y producir barato para poder vender fuera. Es posible que este sea el modelo que queremos de país. Desde luego en él encaja perfectamente que todas nuestras aspiraciones sean seguir exportando y hacerlo (¡menos mal!) cada vez con mayor valor añadido. Pero me parece una pobre aspiración.

Yo, desde luego, preferiría que nuestros jóvenes, altamente cualificados no se formaran aquí con nuestros impuestos y luego produjeran en otros países. Que nuestras empresas produjeran productos con alto valor añadido, que el turismo de interior creciese y las viviendas recuperasen parte del valor perdido por el aumento de la demanda interna. Pero, sobre todo, que nuestros vinos no fueran ese producto del que abastecerse a bajo precio con el que resultar más competitivos en los mercados internacionales.

Y para todo ello son necesarias muchas cosas, desde luego muchísimas más de las que yo soy capaz ni tan si quiera de imaginar, pero sobre todo hay una que es básica: la voluntad de querer hacerlo.

¿Dónde está Wally?

A estas alturas ya quedan pocos que no sean conscientes del cambio que está experimentando nuestro sector, y los grandes esfuerzos que están haciendo todas las partes implicadas por adaptarse a unas condiciones de unos mercados cada vez más exigentes y abiertos. Lo sucedido con las vendimias en este último año, y las grandes dificultades que tuvieron que afrontar cooperativas que antaño fueron criticadas por la sobredimensión de sus instalaciones, justifican en sí mismo esa preocupación que invade a un sector que cada día es más consciente de enfrentarse a un grave problema estructural.

Es posible que lo sucedido con esta cosecha no solo sea consecuencia de la reestructuración, la climatología y el mayor número de vendimiadoras; pero lo que es seguro es que ese cambio se ha producido y el sector debe enfrentarse a sus consecuencias.

Hay que vender más y mejor. Mantener los precios que hemos alcanzado en este último año y transformar diez millones de hectolitros de vino exportado a granel en vino envasado con mayor valor añadido. Incluso los hay que yendo un poco contra corriente ya comienzan a plantearse que “a lo mejor” ha llegado el momento de volver a prestarle algo de atención al mercado interior, e intentar recuperar un poco de su consumo.

¿Pero cómo? Porque la teoría está muy bien, pero por sí mismo no va a suceder. Hay que hacer cosas concretas. ¿De forma individual? ¡Pues hombre!, es posible y habrá a quien le dé resultados, pero parece más lógico pensar que la unión en el objetivo, la definición de acciones y su ejecución lo haría más fácil. Pero para ello es necesario, primero tener la voluntad de hacerlo, y luego encontrar la persona, y posteriormente la institución, que lo lleve a cabo.

Reivindicando nuestro papel

Pasar de 38,86 millones de hectolitros publicados como estimación de cosecha del Magrama en junio a 50,58 en noviembre no parece que sea un dato que pueda deberse a una mejora en las condiciones climáticas y sus repercusiones en la producción. Más bien hace pensar que, o el Ministerio no cuenta con recursos suficientes como para publicar una información coherente y adecuada a la realidad de la producción, o que, dejados llevar por un exceso de recelo en sus estimaciones, optan por dejar que sea el propio sector el que averigüe cuál puede ser la cosecha y sea él el que acarree con las consecuencia que su estimación pudiera tener en los precios, primero de las uvas y posteriormente de los mostos y vinos.

Pero tranquilos porque no parece importarle mucho al sector, ya que sí saben criticar y poner en duda la independencia de los medios a la hora de publicar sus estimaciones, llegándolos a señalar como los responsables de los precios (sean unos u otros), pero permanecen callados ante la falta de información de un Ministerio que pagamos todos, y unas estimaciones que están a años luz de las que a nivel empresarial se barajan.

Claro que cabe la posibilidad también, de pensar que este trabajo de publicar información estadística con el que permitir a las empresas del sector tomar las decisiones necesarias en la planificación de su campaña, hayan decidido externalizarla hacia empresas ajenas a la administración pública. El problema es que estas empresas ya no cuentan con las subvenciones de antaño y que para subsistir deben cobrarla, aunque cuando sí las recibían, también cobraran la información.

Pero quedémonos con lo bueno. Ya tenemos una cifra oficial más cercana a lo que puede haber sido la cosecha de 2013, los precios medios en exportación aguantan, el mercado sostiene sus cotizaciones y el consumo parece haber tocado fondo. Aunque, por encima de todo esto, resaltemos que nuestro sector dispone de suficiente información para poder trabajar al margen de Ministerios y organismos oficiales.

Por un trozo de la tarta

Más lentamente de lo que sería deseable, pero con una gran celeridad visto el punto del que partíamos y dónde nos encontramos, las bodegas españolas han asumido que la única forma de vender más es a base de salir al mercado y dar a conocer sus productos.

Y aunque sabemos que la explosión de resultados obtenidos en estos últimos años, en los que nos hemos convertido en el segundo país exportador, no podrá mantenerse al ir madurando los mercados y siendo cada día más las bodegas que compiten por hacerse con ese hueco que deja otra; la apuesta de las bodegas españolas por el mercado exterior es firme y tiene grandes visos de continuidad. Al menos a tenor de los planes de promoción en terceros países presentados y la decisión mostrada por aprovechar las campañas de información en el seno de la Unión Europea.

Muchas denominaciones de origen, algunas ellas con forma jurídica de interprofesión, pero muchas otras anteponiendo la necesidad a la formalización jurídica, han ido encontrando la forma de optimizar la utilización de fondos con el objetivo de acudir a los mercados de manera conjunta.

Aún con todo y con ello, se me antoja insuficiente visto cómo actúan aquellos países que son nuestra competencia directa, como Francia e Italia. O la de aquellos otros que aspiran a convertirse en alternativa como pudiera ser el caso de Argentina.

Está claro que cada vez es mayor el comercio mundial de vino, que los mercados son más globalizados y ya no se consume solo lo que se produce en casa. Eso es una gran amenaza porque supone que cada vez son más los que luchan por hacerse con un pequeño trozo del mercado. Pero también supone una excelente oportunidad para España, cuyos precios son tomados como referencia por nuestros competidores. Gozamos de una excelente reputación de calidad en nuestros vinos y estamos consiguiendo aguantar ese espectacular incremento en el precio que nos ha permitido pasar del poco más de un euro litro a los actuales uno con cuarenta y dos céntimos de noviembre.