Un objetivo claro

Después de todos los años que llevamos mirando al mercado exterior como única tabla de salvación de la economía vitivinícola, no puede sorprendernos que sea la exportación, o mejor dicho, la notable mejoría de nuestra balanza comercial, la que esté suponiendo un halo de esperanza en esta maltrecha situación económica que nos está tocando sobrellevar.

No obstante, convendría no olvidar, aunque solo fuera por la prudencia con la que deben tomarse todas las noticias relacionadas con la economía (la macro y la micro, pero especialmente la macro), que hay pequeños detalles que no debemos pasar por alto. Por ejemplo: la productividad. Que dicho así está muy bien pero que de una forma mucho más burda podríamos definir como unos precios más bajos.

Si no, y de nuevo tomando como ejemplo a nuestro sector, miremos lo que sucede cuando los precios crecen. Parece que, de repente, se pierde toda esa mejora en la productividad que nos ha llevado a conquistar mercados y darle salida a nuestra producción.

Sabemos, aunque para eso no hacía falta reconversiones bancarias o tasas de desempleo históricas, que para que los mercados funcionen lo que debe existir, por encima de todo, es equilibrio entre la oferta y la demanda, que disponibilidades por encima de utilidades, como le gusta definir a la Unión Europea en su balance, provocan caída en los precios.

Pero no podemos olvidar que ha sido precisamente esta sobreproducción la que nos ha permitido a las bodegas españolas aumentar exponencialmente nuestras exportaciones y llegar a mercados que de otra manera no hubiésemos alcanzado jamás. Y lo digo así de tajantemente porque cuando hemos incrementado los precios como consecuencia de una menor disponibilidad no hemos tardado ni una campaña en perder tasas espectaculares en algunos productos y destinos.

Está demostrado científicamente que un mayor precio genera en el consumidor una mayor percepción de la calidad en el producto. Entonces, si queremos aprovechar las oportunidades que nos presenta el mercado, está bastante claro cuál debe ser la línea a seguir por nuestras bodegas. ¿Lo estamos haciendo?

¿Habremos aprendido algo?

Resulta bastante evidente que aquello de lo que no hay, no es posible modificar su precio. Cosa bien distinta es que sí exista y sea muy codiciado; pero no parece que sea el caso tampoco.

A juzgar por los que operan diariamente en el mercado, las pretensiones de la producción que tenían las bodegas hace apenas un mes se están mostrando algo más abiertas a escuchar ofertas que hasta entonces desdeñaban.

Aún así las cotizaciones difícilmente van más allá de los 4,40 euros por hectogrado para los tintos, límite en el que, por el momento, parecen haber fijado su suelo. Algo más fuertes, pero con muchas menos operaciones están los blancos, para los que los 4,80 €/hgdo son una barrera difícil de rebajar.

Aquellos temores que barajaban todos los operadores, hace un par de meses, sobre el momento en el que llegaría esta relajación en los precios y la incidencia que esta tendría en sus cuentas de resultados, no se han cumplido totalmente, pues ha tenido lugar un poco antes de lo que se creía y la bajada parece estar siendo bastante contenida, como si sus cotizaciones ya hubiesen descontado esta situación.

Ya en su momento, cuando el precio del vino se iba hacia arriba como la espuma, eran muy pocos los que consideraban normal la situación, vaticinándose que más tarde o más temprano la coyuntura debería volver a un punto de normalidad. El mayor temor que se tenía no era, por tanto, que el precio bajase, sino cuándo, con qué brusquedad y hasta dónde.

El cuándo parece que ya lo tenemos. El cómo, al menos hasta ahora y confiemos en que así siga siendo, de forma controlada y con ajustes bastante sostenidos. Y el hasta dónde, todavía está por determinar, pero nada hace pensar que vaya a suponer un derrumbe que nos devuelva a cotizaciones de hace dos, y mucho menos, tres años.

¿Habremos aprendido algo de todo esto?, esperemos que sí y que seamos capaces de compaginar rentabilidad en el cultivo con competitividad en el mercado. Si lo hacemos podremos mirar al futuro con esperanza, si no, un largo túnel nos espera.

Por una viticultura moderna

Una de las primeras cuestiones a solucionar si queremos tener un viñedo estable y, en la medida de lo posible, controlado, pasa irremediablemente por disponer del agua suficiente y en el momento adecuado. O dicho de otra manera, que vayamos sustituyendo el viñedo de secano por el de regadío.

Dejando cuestiones de índole política y que tienen más que ver con el control y uso de las cuencas hidrográficas, parece bastante claro que, con pozos o trasvases, el sector apuesta por la implantación del riego localizado, habiéndose convertido en el tercer cultivo por extensión en superficie, tras el cereal y el olivar, con 334.240 hectáreas de viñedo en regadío, un 34,6% del total del viñedo en España (967.055 ha). Si bien esta superficie permanece más o menos estable desde el 2007 con variaciones que apenas sí superan las diez mil hectáreas de oscilación de un año a otro. El riego en viñedo de transformación en 2012 ascendió a 325.583 ha.

Es precisamente gracias a este gran número de hectáreas de regadío que en campañas como la actual hemos podido contar con una cosecha de calidad y en unos niveles de producción aceptable. Lo que ha permitido elevar los precios de las uvas en aquellas regiones de producción tradicionalmente de precios más bajos y permitir a sus viticultores rentabilidades aceptables que aseguren su continuidad.

Con respecto al otro gran debate que desata este tema, la calidad del fruto, digamos que no existe una regla que permita asegurar que un viñedo de secano será siempre de mayor calidad que uno de regadío. Eso son planteamientos completamente superados por una viticultura moderna que trata de darle a la planta lo que en cada momento necesita según los objetivos que persigue. Siendo perfectamente posible obtener uvas de excelente calidad de viñedos de regadío y uvas en un pésimo estado provenientes de secano.

Momentos como los actuales, en los que el mantener un mercado puede depender de unos pocos céntimos de euro la botella o el litro de vino, hacen más importante que nunca contar con producciones estables que nos aseguren directamente con nuestro viñedo o mediante la firma de contratos a medio y largo plazo con viticultores de la zona una producción con unos parámetros de calidad determinados y unas cantidades ciertamente estables.

Con la mirada en Argentina

Visto tal y como está evolucionando el mercado, no ya solo el interno (al que muchos dan por perdido este año), sino también el de exportación, con caídas más que significativas en los volúmenes, especialmente en los graneles. Considerando los importantes problemas a los que están teniendo que hacer frente las bodegas embotelladoras, ante la imposibilidad de poder repercutir la totalidad de la subida del precio de la materia prima que han tenido que soportar esta campaña. Conocer lo que pueda suceder en Argentina se hace más necesario que nunca.

Ante todo porque estar informado es la primera misión de cualquiera que tenga la responsabilidad de tomar decisiones y sobre todo porque, lo que hasta ahora solo está siendo una suave caída en los precios, puede convertirse en un grave problema en los próximos meses. Para todos.

Para los bodegueros porque acudirán fuera a abastecerse, pero especialmente porque se verán con compras comprometidas a unos precios superiores a los actuales y unas cuentas de resultados verdaderamente preocupantes. Y para los viticultores, porque de darse la vuelta la situación podríamos volver a precios ruinosos que pusieran en cuestión la rentabilidad del viñedo.

En todo esto Argentina tiene mucho que decir. Sus previsiones de cosecha ostensiblemente mayores a las del pasado año, un 26% según el Instituto Nacional de Vitivinicultura, son respaldadas por el colectivo enológico, que destaca su coincidencia con el vaticinio realizado semanas atrás por el organismo oficial y eleva hasta el veintinueve el incremento con respecto la pasada cosecha en Mendoza, principal región vitivinícola.

Sobre la otra gran cuestión que preocupa a las empresas españolas: los precios, de momento lo que se sabe es que han comenzado las reuniones, que el precio del kilo de manzana ha bajado por la sobreproducción de la fruta y que para la uva se baraja una horquilla entre 0,14 y 0,15 dólares por kilo de uva, aunque las primeras operaciones se han cerrado a trece céntimos de dólar.

A un paso de conseguirlo

Sin querer levantar los pies del suelo y aún siendo consciente de que con cerca de seis millones de parados, cualquier cosa que suceda es insuficiente; la economía española comienza a presentar signos evidentes de mejoría.

Hemos contado con unos precios que, cuanto menos se han duplicado y conseguido que las repercusiones en nuestro mercado exterior y consumo interno se minimicen. Hemos logrado que nuestras bodegas sigan apostando por desarrollar los planes de inversión en terceros países hasta conseguir que tanto la Unión Europea como el Estado español acepten la posibilidad de seguir permitiendo utilizar sus recursos en aquellos países objeto de los planes anteriores. Hemos podido reconvertir una situación agónica, en un sector con futuro.

No basta con haber resistido, ahora hay que estar preparados para cuando este momento llegue, cuando haya que apostar de forma decidida por la consolidación de los mercados exteriores y la recuperación del consumo interno; por la mejora del valor añadido de nuestros vinos y la percepción que los consumidores tienen de ellos.

Si esto es así, dentro de poco volveremos a ver a bodegueros y viticultores apostar por el futuro, mejorar sus equipos e invertir en incrementar su cuota de mercado. Es muy probable que las cotizaciones de nuestros vinos bajen y se ajusten algo más a su verdadero precio pero, y esto es mucho más importante, habremos conseguido ganarle unos céntimos de euro haciendo más rentable el sector para todos sus colectivos integrantes. Ya solo faltaría que de una vez se invirtiera en base a un Plan Estratégico sectorial, en el que todas las partes se vieran involucradas y retribuidas. Pero para eso creo que he llegado tarde, que los Reyes Magos ya llegaron hace poco más de diez días.

2013, un año para la esperanza

Con sus naturales altibajos, las cotizaciones mantienen el tipo bastante bien, aunque ya son algunos los que piensan que la llegada de los plazos de pago y retirada pueden traer consigo algún disgusto importante, por  el afán especulativo de algunos operadores, como por la incapacidad financiera de otros por hacerse con los fondos necesarios. Mientras, la mirada sigue dirigiéndose hacia el otro lado del Atlántico, como si fuera si no el único actor capaz de variar el escenario en el que estamos operando esta campaña, sí, al menos, como el que cuenta con la suficiente fuerza con la que hacerlo tambalear.

De ahí que las ya de por sí interesantes previsiones que se hacen de las cosechas en el Hemisferio Sur, especialmente Chile y Argentina, adquieran un protagonismo inusitado en esta ocasión y las cifras hechas públicas por el INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura Argentino) de un aumento de la cosecha de un 26% con respecto a la del año anterior pasando de los 22,439 millones de quintales a 28,331 estén acaparando la mirada de todos los operadores.

Los compradores porque ven en Mendoza, con una estimación de un veintinueve por ciento de aumento en su cosecha, un lugar de donde albergan la esperanza de abastecerse a un menor precio del que lo están haciendo ahora, tanto en vinos como en mostos. Los vendedores porque confían en la permeabilidad de los mercados y saben, o aspiran, a que nadie venda su producción a un precio inferior al que el mercado internacional se lo permite.

Lo que no parece es que este recién estrenado 2013, que todos los que hacemos posible esta publicación les deseamos sea muy próspero y repleto de excelentes noticias, vaya a ser aburrido. A las más que probables oscilaciones que en los próximos meses experimentarán (no me atrevería a definirlas como disfrute o sufrimiento) las cotizaciones de nuestros vinos, habrá que añadir la negociación europea de una partida tan importante para nuestro sector como la dotación al Plan de Apoyo al sector, enmarcada en una supra negociación de la Política Agraria Comunitaria.

Quién sabe, a lo mejor, ahora con la posibilidad de que el Vino pueda volver a verse publicitado en acontecimientos deportivos, recuperamos algo el consumo interno y somos menos dependientes del exterior. Tampoco es mal deseo para el 2013.

Optimismo e ilusión para el 2013

Mirar hacia el futuro con optimismo e ilusión es, sin ninguna duda, lo mejor que nos podría pasar. Ya que, si bien en la actual situación son muchos los problemas a los que nos enfrentamos y muchos los flecos que nos quedan por reformar para dejar una situación saneada y generadora de empleo y riqueza; no todo es malo y devolver la alegría al ciudadano y sus empresas se antoja como una de las primeras tareas que este o cualquier otro Gobierno deberá plantearse entre sus principales objetivos.

Está bien que la industria turística o el mercado exterior nos esté dando agradables noticias y sacando adelante a nuestras empresas, pero no es suficiente. Hay que recuperar el consumo interno.

Desde el sector vitivinícola sabemos bien de lo que hablamos. Es quizás uno de los pocos en los que de una manera más patente se ponen de manifiesto todas estas circunstancias: un consumo interno en declive hasta cifras inimaginables, un mercado exterior que está siendo capaz de crecer a un ritmo vertiginoso y absorbiendo toda esa producción que no es consumida en el mercado interior y un sector turístico que encuentra en nuestro sol y playa suficientes atractivos, pero que mejora aumentando la calidad y el gasto medio gracias al patrimonio enológico y gastronómico.

No obstante, parece necesario mantener los pies en el suelo, ser conscientes de cuánto de este éxito nos ha llegado sobrevenido por las circunstancias exógenas a nosotros y qué de estabilidad y desarrollo en el futuro tienen estas políticas.

Sabemos, porque lo hemos analizado en multitud de ocasiones, que los precios están en máximos históricos gracias a un cosecha mundial corta. O que nuestras exportaciones, en algunos países, se han visto seriamente perjudicadas como consecuencia de ese incremento en los precios. Pero parece que ignoramos, o no queremos saber, que no estamos haciendo nada por solucionarlo, que nos conformamos con dejar que el carro suene y encima nos felicitamos por lo bien que lo estamos haciendo escudándonos en los niveles de existencias y cotizaciones.

O lo que todavía es peor, aquellos que deberían analizar la situación con algo más de humildad porque ni tan siquiera son cargos políticos electos, como son los comisarios europeos (en el caso del responsable de Agricultura, Dacian Ciolos), se permiten valorar los tres primeros años de la puesta en marcha de la OCM vitivinícola como un rotundo éxito, sin la más mínima reflexión sobre el coste que ha supuesto para las arcas comunitarias cada uno de esos puntos de mejora en la exportación, reducción de la superficie o equilibrio de la producción.

Optimismo sí, pero con moderación. No podemos dejarnos llevar por el sol que nos deslumbra y perder de vista algunas de las razones que nos han llevado hasta situación.

¡Y se quejan!

Se hace difícil entender que haya quien a la información le ponga vetos, incluso los haya quien responsabilicen a los organismos gestores de modificar los precios con estas previsiones. Me estoy refiriendo al Instituto Nacional de Vitivinicultura argentino (INV), al que algunos bodegueros y viticultores acusaron de haber ocasionado un “achatamiento” en el precio de la uva con sus pronósticos de cosecha de diciembre y posterior ajuste de febrero.
Como ya habrán podido imaginar esos pronósticos elevaban la cosecha en diciembre un 26% (Sevi 3390) y en febrero rebajaron ese pronóstico hasta el 18% (Sevi 3394) con respecto a la del pasado año. Provocando un descenso en los precios que tuvieron como consecuencia que muchas partidas que anteriormente habían ido destinadas a la elaboración de uva pasa, consumo en fresco o elaboración de vinos finos, tuviera que ir destinada a la obtención de mostos donde obtenían mejores precios.
Visto esto y tomándolo como ejemplo, uno se pregunta ¿qué deberíamos hacer en España con el Ministerio de Agricultura? que en junio –primera estimación de cosecha- vaticinaba un aumento del 4’41% y en noviembre –última estimación- ha presentado una disminución del 11’97%.
O dicho de una manera más sencilla de entender, Argentina acusa al INV de alterar el mercado al pronosticar 1’731 Mhls, que es la diferencia entre el 26% de diciembre y el 18% de febrero, y en España que se pasa de 40’283 a 33’965 millones de hectolitros, con una diferencia de cosecha de 6’319, no pasa nada. Es más, cuando se le insta al organismo público a “hacer algo” por mejorar la información estadística y “proporcionar al sector herramientas válidas de análisis que permitan planificar campañas”, su respuesta no dista mucho de encoger los hombros y decir que se hace lo que se puede.
Claro que así se entiende lo que sucede con los datos de consumo, existencias y declaraciones de producción, plantaciones, reestructuración, etc, etc. Que hacen de la planificación de una campaña un ejercicio de imaginación que ríanse ustedes de las previsiones del PIB, o tasas de paro.
O lo que está sucediendo con los precios de los vinos en esta campaña que ha habido semanas en los que prácticamente han duplicado los del año pasado, poniendo en serias dificultades la supervivencia de algunas bodegas ante la imposibilidad de repercutirlos en su producto final, y que en la actualidad están dando lugar a enrocamientos en la producción que hacen más interesante traerse el vino de fuera que comprarlo de la bodega del pueblo de al lado.
Sencillamente, no es serio. No resulta admisible para un sector que trabaja con unos márgenes tan estrechos y con una exposición al mercado exterior tan elevada, con tan escaso margen de maniobra en su actividad, que no disponga de una información fidedigna y actualizada.