Puro ejercicio de supervivencia

Si la pasada semana conocíamos el dato de existencias a final de campaña, en estos días el Ministerio ha hecho suya una estimación de producción para la cosecha 20/21, situándola en 37,5 millones de hectolitros. Resaltar que esta valoración está referida solo a vino y que, si tenemos en cuenta la producción de mosto que históricamente venimos teniendo y que podría rondar entre los cuatro millones y los cinco, esta cifra se aproximaría mucho a las previsiones que se barajan desde todas las organizaciones; incluso la que nosotros mismos elaboramos y que diariamente vamos actualizando con los datos de un gran número de bodegas que generosamente colaboran facilitándonos sus previsiones y datos finales de vendimia.

Esta cantidad, que junto a los 34,6 Mhl con los que iniciábamos la campaña nos darían unas disponibilidades de 72,1 Mhl, supondrá apenas un 1,84% y 1,3 millones de hectolitros más a la de hace un año. Cantidad que, de ninguna manera explicaría la caída tan brusca de las cotizaciones de uvas y mostos que estamos viviendo en prácticamente todas las zonas productoras españolas. Especialmente si tenemos en cuenta que al situarse esta cifra por encima de los 70,2 Mhl, disponibilidad media de los últimos cinco años, sería posible la aplicación de la medida para elevar la prestación vínica del 10 al 15% el alcohol que deben contener los subproductos. Con lo que, si tenemos en cuenta la circunstancias de que este año la uva presenta alrededor de medio grado menos que el año pasado, podríamos encontrarnos que, si el Ministerio acaba aprobando dicha medida (cosa que sabremos en los próximos días), estuviéramos hablando de unas disponibilidades inferiores a las de la campaña pasada.

Con estos datos se hace muy difícil comprender, al menos desde el lado de la producción, lo que está sucediendo en el mercado, donde las operaciones apenas son un tímido recuerdo de lo de otras campañas y los precios, acorde a estos volúmenes, se reducen de forma considerable sin más esperanza de que encuentren en las cotizaciones de hoy el suelo sobre las que aguantar y no hacer más grave el problema.

Y es que, está bastante claro que el problema no viene desde esa parte de la ecuación, sino de la que corresponde a la demanda. Un colectivo que, sometido a una situación totalmente nueva, desconoce qué pueda suceder en el futuro más inmediato, con una peligrosa espada de Damocles sobre sus cabezas que amenaza con la imposición de nuevas medidas que restrinjan los movimientos de las personas y repercuta sobre unas cuentas de resultados que difícilmente aguantarían un pequeño soplido

Pretender que el sector por sí mismo sea capaz de salir de esta situación que, por otro lado, es mundial, es una entelequia en toda regla, ya que excede amplísimamente la capacidad de cualquier sector, por grande y potente que este fuera. Lo que, además, no es el caso. Y, aunque la teoría económica diga que cuanto más pequeñas las empresas, mayor flexibilidad para adaptarse a los cambios, esto también tiene un límite que podríamos situar en el umbral de la propia supervivencia y al que parecen estar acercándose muchos viticultores y bodegueros de forma peligrosa.

Aguantar y confiar en que el consumo se recupere antes de que sea demasiado tarde para una parte importante de nuestro sector resulta imprescindible. Y aunque es lícito pensar en que las administraciones tienen el deber de velar por los intereses del tejido productivo que representan las bodegas y el medioambiente en el que encontraríamos a los viticultores, no parece que los recursos con los que hacerlo vayan a ser suficientes, como así lo corroboran los 91,579 millones de euros gastados en las medidas extraordinarias aprobadas el pasado mes de junio. Las que, sin duda, ayudaron a paliar la situación, pero se quedaron muy lejos de solucionarla.

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