Por la adaptación

Una de las preguntas que con mayor insistencia y profundidad se hacen los bodegueros es: ¿cómo llegar al consumidor?, ¿cómo llamar su atención, conseguir que pruebe su vino y, lo que todavía es mucho más difícil, que repitan? Lo que por otra parte, tampoco difiere mucho del interrogante de cualquier negocio o actividad empresarial, aunque en el caso del vino este venga precedido por una serie de condicionantes sociales que exceden, en mucho, sus propias características.

Si partimos de la base que, al igual que sucede con la comunicación, cada colectivo de consumidores son un mundo, con características que pueden llegar a hacer que lo apropiado para unos resulte perjudicial para otros. O que los recursos con los que cuentan nuestras bodegas son tan limitados que la imaginación es casi la única forma en la que tienen la posibilidad de encontrar la clave con la que suplir esas carencias. Parece bastante sensato pensar que lo más inteligente es estudiar y definir el consumidor al que me dirijo, averiguar cuáles son las cualidades de nuestros vinos que él más valora y resaltarlas.

Por ejemplo, Gerald Lawson, experto británico en vinos, asegura que sus compatriotas preferían los vinos elaborados con “uvas nativas”. Retomando así una vieja polémica sobre la necesidad de que España (al igual que lo han conseguido Estados Unidos con su Zinfandel; Sudáfrica con su Pinotage; Argentina con la Malbec; Chile con la Carménère o Nueva Zelanda con la Sauvignon Blanc; países todos ellos pertenecientes al bloque que hemos venido en llamar como “nuevos países productores” y en los que el modelo de denominaciones de origen apenas existe o tiene peso) se identifique con una o dos variedades autóctonas.

Claro que frente al debate de las variedades, los países tradicionales, fuertes en ese modelo de producción asociada a un terreno y unas características que identifica a los vinos por sus características que le son comunes en las indicaciones geográficas más o menos limitadas; se discute en el continuo dilema.

¿Pero quién me obliga a tener que decantarme por un modelo u otro? Por qué no apostar por los dos, según el mercado al que me dirija en función de si tengo o no capacidad para abarcar ambos. Por qué vinos solo de alta gama, cuando puedo producir vinos también de gran volumen y precio muy competitivo. Por qué vinos corpulentos, muy estructurados y difíciles de entender si tengo medios para hacer vinos ligeros y frescos.

El Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), organismo en el que parece que las administraciones públicas han trasladado todas aquellas responsabilidades que ellas como amalgama de los sectores productivos deberían desempeñar, acaba de hacer público el anuncio de la convocatoria para la realización de un estudio “Situación y estrategia del sector del vino español – Horizonte 2025”. Debería abordar este y otros muchos retos. Muy posiblemente sus conclusiones no difieran mucho de lo que imaginamos y concluyan que debemos diversificar y concretar los mercados y los productos con los que queremos ser competitivos.

A cada uno lo suyo

Que las noticias pueden contarse de muchas maneras, es algo de lo que sabemos bastante en este sector, caracterizado por dar una imagen que, en poco o nada, se asemeja a la realidad.Cualquier aficionado al que se le pregunte sobre lo que opina de nuestros vinos y la imagen que le transmiten sus bodegas, muy probablemente contestará de manera muy positiva. Es más, incluso un poco exagerada, llevado por la proliferación de marcas. Hasta incluso puede llegar a mostrarse agobiado por el gran número de referencias existentes y la constante aparición de otras nuevas lo que hace totalmente imposible estar al día.

Esa misma pregunta trasladada a una bodega, o profesional de la vitivinicultura, sería respondida, en la mayoría de los casos, de manera bien diferente. Los más optimistas destacarían las grandes posibilidades que tienen nuestros vinos en los mercados exteriores, como resultado de sus bajos precios y gran calidad. Los menos, preocupados por la pérdida del consumo interno, los bajos precios y la estrecha correlación entre volumen/valor que hace muy complicado aumentar los ingresos.

Sea como fuere, dos visiones totalmente distintas de una misma realidad. ¿Cuál de las dos es la correcta? Parece evidente que las dos.

Una porque describe la pluralidad de un producto que lleva en su propia concepción su penitencia, y que por la propia idiosincrasia de los españoles está haciendo que no aprovechemos totalmente los grandes recursos que estamos invirtiendo en llegar al consumidor para ganarnos su atención y fidelidad. La otra porque no hace sino describir una realidad a la que deben enfrentarse en su día a día y que tiene su reflejo en conflictos que superan en mucho a aquellos de índole profesional o empresarial y llegan a convertirse en verdaderos problemas sociales con graves repercusiones comarcales.

Y entre tanto, ¿qué hacemos desde los medios de comunicación?, se preguntarán sin no poca razón. Pues la respuesta, al menos para el que les habla, parece bastante clara. Los medios generalistas y dirigidos a los consumidores, seguir transmitiendo una imagen de progreso, calidad y grandes oportunidades; que al fin y al cabo todos tenemos suficientes problemas como para que nos vayan trasladando los de los demás. Los medios especialistas, resaltar aquello que estamos haciendo bien, poniendo la mirada en los aspectos que hay que fortalecer, pero sin olvidarnos de nuestras debilidades y asignaturas pendientes. E insistir, insistir e insistir, sobre la necesidad de abordar las oportunidades de manera colectiva, que al final de la cadena ya tendrá la oportunidad cada bodega de encontrar la forma de que sean sus vinos los que se vendan.

Así es que más noticias como esta del Magrama: “el subsector agroalimentario transformado ha mejorado sus exportaciones con un incremento del 2,2%, debido principalmente a la exportación de aceite de oliva, vino y carnes de porcino”. Aunque en ella se obvien los precios a los que vendemos, el formato en el que lo hacemos, la reacción que han tenido los mercados cuando hemos subido el precio, las muchas dificultades que tienen los consumidores para encontrar un vino concreto en un lineal cualquiera de una gran ciudad cosmopolita…

Parece bastante evidente que el pilar básico de nuestra economía en las próximas décadas va a ser el mercado exterior, donde el sector es fuerte y compagina perfectamente valor con imagen de calidad y país. Pero no olvidemos datos que resultan tan contundentes como el de nuestras exportaciones y que deberían hacernos reflexionar.

El sector cooperativo español, que concentra algo más del sesenta por ciento de la producción, no tiene ninguna cooperativa en el top 10 de las Cooperativas Vinícolas en la Unión Europea en 2014, según el Comité General de la Cooperación Agraria (Cogeca).

¿Y por qué no?

Que el consumo de vino ha cambiado mucho en España (pero no menos que en el resto del mundo) es fácil de comprobar a poco que se miren las estadísticas que periódicamente van publicándose. Que los mercados cada vez son más globalizados y que lo producido en un punto del mundo, especialmente Europa donde se concentran más de dos terceras partes de la producción mundial, es consumido al otro extremo (Estados Unidos ya es el primer país del mundo por consumo de vino) debe resultar tan evidente como lo del consumo.

Como no debería ser menos obvio que la necesidad es lo que ha llevado a nuestras bodegas a salir más allá de nuestras fronteras para vender unos vinos que antes les venían a comprar, como vienen demostrando las estadísticas de exportación desde hace ya muchos años.

Captar al consumidor americano, japonés, ruso o chino, se ha convertido en objetivo prioritario de cualquier bodeguero. Incluso de quienes tienen el poder de insuflar dinero al sector mediante las ayudas a la promoción; que bajo esta premisa idearon unos planes de promoción que dejaban fuera de ellas a los países de la Unión Europea.

¿Pero cómo hacerlo? La competencia es feroz, las dificultades para llegar directamente al consumidor, extraordinarias; y la concentración de la distribución en algunos de esos países es tan aplastante que hace prácticamente imposible acceder a ellos si no es con un gran esfuerzo de tiempo y dinero.

Buscar alguna forma de destacar, de sobresalir, de mostrarse diferente a los demás…, de ser original, parece la única manera de conseguir atraer la atención de los compradores. ¿Se es diferente elaborando los mismos vinos que a miles de kilómetros? Pues parece que no, y que potenciar las variedades autóctonas y, cuando menos, alcanzar la identificación variedad/país, es un requisito indispensable.

Ahora bien, que nadie intente aprovechar este argumento para justificar que las variedades internacionales, muchas de ellas reconocidas en nuestro país como “mejorantes”, no debieran emplearse o autorizarse por las Denominaciones de Origen. Los mercados son muy grandes y los consumidores muy diversos y la forma de llegar a ellos debe ir acorde a sus características y a nuestras posibilidades.

Los hay que menosprecian los concursos de vinos, otros tildan las guías como “prescindibles”, e incluso hay quienes se atreven a calificar las ferias del sector como un modelo desfasado de negocio. Pues bien, creo que se equivocan. Todas son herramientas mediante las que llegar al comprador, y todas ellas útiles en función de mi producto y tipo de consumidor al que me quiero dirigir.

El vino, esa duquesa trasnochada

Aunque muy posiblemente el problema lo tenga yo en mi falta de imaginación; no se me ocurre mejor forma de combatir el botellón y el alcoholismo de fin de semana entre los jóvenes que mediante la educación y la información. Aunque ello requiera mucha más imaginación e interés en solucionar este problema que en prohibir y sancionar.

Mi escasa experiencia y conocimiento de los jóvenes me lleva a pensar que están interesados en su cultura, que lo valoran como un objeto de deseo que está mucho más allá de su contenido alcohólico. Definiéndolo como una bebida de prestigio que aspiran consumir con mayor frecuencia cuando su capacidad económica se lo permita. Y aunque la consideran compleja y difícil de entender, la mayoría aspira a conseguirlo, pues considera que va parejo a su evolución personal y profesional.

Sabemos, y eso no es una opinión, que tenemos un serio problema con los jóvenes. Que la educación en los hogares dista mucho de aquella que le ofertaba un acercamiento paulatino y tutelado al mundo de vino. Y que todos debemos hacer grandes esfuerzos por acercarnos a esos nuevos consumidores. Y si no, ahí tienen la campaña de “Quien sabe beber, sabe vivir”, o la propia Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE), que fija entre sus objetivos prioritarios el de recuperar el consumo interno; y ya, a un nivel mucho más humilde pero igual de efectivo, las acciones desarrolladas por bodegas, denominaciones de origen, gobiernos regionales o restauradores.

Pero con esto no basta. Hay que hacer muchas más cosas, tener mucha más imaginación, lo que no siempre supone grandes recursos económicos y sí mucho más compromiso personal.

Y en esta semana tenemos dos excelentes ejemplos.

Una la llevada a cabo por la Asociación de Enólogos de Castilla-La Mancha en el IES “Andrés de Vandelvira” de Albacete, en el que treinta y tres alumnos de primero y segundo de Grado Superior de Procesos y Calidad Alimentaria han tenido la oportunidad de elaborar su propio vino y aprender a conocer lo que son algunas variedades, o distinguir jóvenes de crianzas de la mano de Luis Jiménez.

¿Esto es incentivar su consumo?, ¿propiciar el alcoholismo?, ¿incitar el abuso? Yo creo que no, que todo lo contrario. Esto supone respeto y admiración por una bebida que forma parte de nuestra tradición y cultura, pero especialmente por unos jóvenes a los que hay que formar y enseñarles unos principios sobre los que desarrollarse.

Otra la de David Muñoz del restaurante DiverXo, el cocinero más transgresor actualmente de la gastronomía mundial que se ha atrevido a ver el vino como un ingrediente más de su cocina, integrándolo en sus platos, rompiendo moldes, yendo contra corriente y desafiando a los más puristas de este sector (que los hay y muchos), que no han tardado ni un segundo en responder a sus propuestas de servir el vino en pipetas, cucharas, para beber con pajita, en una concha de ostra…

Claro que a todos ellos les pediría yo que me dijeran qué hacen ellos por el vino y, lo que en mi opinión es mucho más importante, por llevarlo hasta nuestras mesas y acercarlo a un consumidor al que han atemorizado, asustado, ahuyentado y expulsado con sus notas de catas, parafernalias de servicio, conocimientos y vocabularios. Pero debe ser que para mí el vino no es solo un lujoso vestido de alta costura, es mucho más casual, informal, atrevido…

Esperemos que dentro de poco llegue el momento de plantearse cómo y de qué forma afrontar la recuperación del consumo en acciones concretas. Serán necesarias ideas que vayan mucho más allá de meras campañas basadas en altos costes y cualquier idea e iniciativa que se adopte debería ser bienvenida.

Afrontar retos

Sería falso negar que en algunos momentos no nos surge la tentación de pronunciar aquella frase que no se debe decir nunca de “ya lo decía yo”. Especialmente cuando ves como otros intentan atribuirse haber sido los primeros en hacerlo. Afortunadamente, los medios escritos tienen estas cosas, y es que queda ahí para el resto de los días, permitiendo que cualquiera que esté medianamente interesado pueda hacer un seguimiento histórico. De cualquier, forma, lo más interesante no es quién lo ha dicho primero, y sí cuánto de seguimiento y asunción por parte del sector tienen tus palabras.

Con cierta razón (lo digo por las veces que me lo recriminan, algunas sarcásticamente y otras no tanto) me atribuyen una cierta obsesión con el tema de las estadísticas y la “opacidad” con la que quien es el responsable de mantener al sector informado, la Administración, trata este tema. Pero es que no hay forma de tomar decisiones sin información. Y una buena parte de esa información debe estar contenida en los datos de precios, superficie, producción, exportaciones, consumo, existencias,…

Nos lamentamos con cierta indulgencia de la falta de capacidad de nuestras bodegas para abrir mercados con mayor valor añadido, del bajo perfil de precio que presentan nuestros vinos en los mercados exteriores, del bajo consumo que tenemos en España y de los profundos cambios que han experimentado los hábitos de consumo. Incluso nos atrevemos a responsabilizar a los demás de ser incapaces de unirse para juntos afrontar estos retos, olvidando la escasa disponibilidad que tenemos nosotros mismos por hacerlo.

Afortunadamente las cosas están cambiando, y mucho, en el sector. Especialmente en la toma de conciencia de que “todos” vamos en el mismo barco, que no es posible evolucionar uno a costa de otro, que el crecimiento y los cambios los debemos hacer de manera conjunta y con una alta dosis de corresponsabilidad. Y aunque todavía existen algunas rémoras del pasado y tentaciones de aspirar a que sean “otros” los que nos solucionen nuestros problemas, ya parece que hemos asumido que cada uno debe hacer lo que le corresponde. El sector estudiar sus posibilidades y marcar objetivos y planes de desarrollo a corto, medio y largo plazo; y la Administración poner a disposición del sector el marco jurídico que permita disponer de las herramientas con las que hacerlo.

La recién creada Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) es un excelente ejemplo. Para todo. Para explicar cómo el sector ha tomado conciencia del papel que debe desempeñar en su futuro. Pero también, de cuáles son sus objetivos prioritarios: recuperar el consumo interno, diseño de estrategias de comercialización, contractualización sectorial, regulación de la oferta y la demanda, y fomento de la I+D+i; y la labor del Ministerio, coordinar y gestionar la información con la que hacer posible la aplicación de una extensión de norma que permita la financiación para alcanzar esos objetivos

Por una información y conocimiento más profundos

Si hace unos días les anunciábamos que cumplíamos 70 años y que nos encontrábamos hechos unos chavales, llenos de ilusión y con grandes proyectos que nos permitieran seguir otros setenta años al frente del sector vitivinícola, apoyándolo y sirviéndole de altavoz a sus necesidades y logros alcanzados. Hoy nos llena de orgullo presentarles el primer monográfico, un número que intenta analizar en profundidad temas de actualidad para el sector y ofrecer las diferentes alternativas que se nos presentan.

Y como estamos hablando de futuro, hemos querido que el tema elegido para abrir esta serie de monográficos sea el que más preocupa a nuestro sector, en el que más nos jugamos y sobre el que más tendremos que trabajar en los próximos lustros, ya que en él se encuentra una buena parte de nuestras posibilidades de éxito.

Sabemos que contamos con excelentes vinos, elaborados por cualificados técnicos y provenientes de históricos viñedos. Pero somos conscientes de que esa calidad ya no es suficiente, que no es ahí donde se encuentra su valor añadido, sino en la capacidad de acceder al consumidor con nuestra propia marca y ser capaces de generar fidelización. Algunos bodegueros ilustres y con la cabeza muy bien amueblada se han atrevido a declarar públicamente que el sector del vino español debía evolucionar rápidamente de los graneles hacia los envasados y que solo de esta manera sería posible la subsistencia y el futuro de nuestros viticultores y bodegueros.

Y a tenor de los últimos datos de exportación, correspondientes al mes de noviembre de 2014, pero que no hacen sino corroborar lo que ya viene sucediendo desde mediados de año, y lo que ha sucedido el año anterior, y el otro, y el de más allá… Y que no es otra cosa que nuestro principal argumento de venta solo es el precio, el bajo precio de nuestros vinos. Estoy de acuerdo con que habrá que incrementar el precio medio que, para quien no lo sepa, en dato interanual se sitúa en 1,15 €/litro (-19,9%), pero que si entramos en desgloses, los graneles se venden a 0,41 €/litro (-34,5%) frente los 2,06 €/litro (-3,4%) al que lo hacen los envasados. Parecen argumentos más que justificados para pensar que debemos envasar nuestros vinos.

Aunque llegar a conseguirlo no sea, ni muy fácil, ni rápido, ni deba hacerse de una única manera. Como así lo demuestran los mercados, definidos por unos consumidores cuyos hábitos de compra, momentos de consumo, preferencias, expectativas, lugares de compra,… han cambiado mucho y lo van a seguir haciendo en los próximos años.

Conocer las diferentes alternativas que se nos presentan a la hora de envasarlo, cerrarlo, etiquetarlo,… son cuestiones prioritarias que debemos conocer y sobre las que en este primer número monográfico sobre packaging hemos querido abordar con la independencia y profundidad de un medio especializado.

En los planes de estudio se nos exige cada vez más especialización, en la comunicación concreción, en la industria sencillez ¿y en nuestra definición de los vinos que elaboramos, para quién lo hacemos, en qué tipo de mercado se van a vender, a qué precio, en qué formato, con qué presentación,…?

Podemos gastar el dinero que queramos en intentar desplazar a un vino francés, italiano, australiano o chileno de los lineales de los principales mercados. Lo podemos hacer de la mano de una marca paraguas como una denominación o individualmente. Pero si no hemos estudiado ese mercado, sus consumidores y nuestras posibilidades (que no sirven para todo), las posibilidades de éxito serán muy bajas y el esfuerzo altísimo.

Conocer e informarse parecen dos requisitos imprescindibles.

Sí podemos

Definir la situación de los mercados del vino en España o las estadísticas de exportación, incluso los escasos datos disponibles sobre el consumo interno, son ejercicios que ningún operador, incluidos los viticultores (que también ellos tienen un mercado en el que competir), deberían dejar de hacer con cierta frecuencia. Olvidarse de que nos encontramos en una sociedad de la comunicación, dominada por la información, puede resultar fatal para nuestro negocio. Contar con fuentes fiables y asequibles resulta cada vez más necesario.

Estamos cansados de escuchar que nuestros vinos tienen una excelente relación calidad/precio, cuando lo único que queremos decir es que somos, de los grandes países productores, el que más barato vende con gran diferencia. Pero en escasas ocasiones escuchamos análisis serios y rigurosos que expliquen cuáles son nuestros costes de producción y si tenemos condiciones (naturales o técnicas) para reducirlos.

Nos referimos a los graneles de manera despectiva como aquel mercado en el que solo compiten los que no son capaces de hacerlo en los sectores premium, y muy posiblemente será así en muchos casos, pero no tiene porqué. Es un producto tan digno como cualquier otro y, atendiendo a la competencia y volumen que representa del negocio (cercano al setenta por ciento) con gran futuro y en el que todos los productores deben operar en mayor o menor medida. España, como primer operador mundial en este segmento, lo valora negativamente.

Cuando, muy posiblemente, el problema no esté en el segmento en el que mayoritariamente operamos, y sí en el perfil que más extensamente define a nuestros clientes. Vender vino en el segmento de entrada de gama no es malo, lo malo es vendérselo a quienes lo ponen a disposición de los consumidores. Luego mejor haríamos si en lugar de mirar las estadísticas de exportaciones, las leyésemos, analizáramos el perfil de nuestros vinos, los destinos y los precios,… y planteásemos una estrategia con la que venderles más a las grandes cadenas de distribución mundiales que nos llevan hasta el consumidor y menos a otras bodegas para sean ellas las que lo hagan.

¿Es posible hacerlo de manera individual? La respuesta parece sencilla: sí, algunos lo han conseguido. Ahora bien, ¿es conveniente y avanzamos a la velocidad que el sector necesita? Pues parece que la respuesta está clara: no. ¿Hacemos algo por solucionarlo? ¿Hay alguien (individual o colectivamente) que esté haciendo algo por recopilar, analizar, confeccionar y ejecutar un plan con el que cambiar las cosas?

Parece que estamos metidos de lleno en la época en la que estamos tomando conciencia de que podemos cambiar las cosas. Obama se convirtió en el primer presidente de color de los Estados Unidos. Los movimientos antisistema están restándole el protagonismo a los partidos políticos. ¿Y el sector? ¿No podemos?

70 años de Sevi

De los muchos acontecimientos que nos tiene preparados el recién estrenado 2015, uno destaca para nosotros por encima de todos y no es otro que la celebración del 70 aniversario de nuestra publicación. Mucho ha cambiado el sector desde que en abril de 1945 viera la luz el primer boletín de La Semana Vitivinícola, y de todos esos cambios vividos hemos sido testigos preferentes.

Los estudios y vaticinios realizados por todo tipo de gabinetes técnicos, centro de estudios, instituciones nacionales e internacionales… señalan que España pasará en 2015 de ser un lastre a convertirse en uno de los motores de la economía europea. Lo que tendrá efectos muy positivos sobre el principal problema al que nos enfrentamos los españoles, que es el paro, y que, sin duda, tendrá su traslación al consumo interno, como así comienzan a confirmar los primeros datos que tenemos de la campaña de navidad y el gasto que ha supuesto.

El sector vitivinícola se verá afectado por esta bonanza, sin duda. Pero habrá que luchar para que los efectos positivos de esta mejoría tengan consecuencias multiplicadoras en nuestro consumo interno y visibilidad en los mercados exteriores. Los dos grandes retos a los que nos enfrentamos.

Vamos a contar con herramientas organizativas y legales para que así sea. Pero no podemos olvidar que nada de todo esto será válido si no tomamos conciencia individual de la importancia que tienen estos temas y los esfuerzos que todos y cada uno de nosotros debemos hacer por alcanzar estos objetivos. De nada sirve tener una Interprofesional del Vino que consiga poner en marcha una extensión de norma con la que llevar a cabo campañas en pro de recuperar el consumo de vino en España, si por parte de nuestras bodegas siguen poniendo en el mercado vinos decepcionantes o carentes de calidad. Si nuestros viticultores siguen cobrando sus uvas a precios que hacen insostenible su explotación y no les permiten desarrollar una actividad con la que mantener a sus familias. Si los bares y restaurantes maltratan la conservación y el servicio de unos vinos por los que aspiran a obtener unos ingresos que no son capaces de alcanzar mediante su actividad principal. Si las administraciones toman como rehén a nuestro sector para valerse de notoriedad y disfrutar de un protagonismo que olvidan fácilmente una vez obtenidos los resultados electorales por los que pugnaban.

Y aunque todo esto es necesario, nada sería suficiente sin unos medios de comunicación que ayuden a desarrollar todos estos planes y a denunciar aquellos hechos que merezcan tal tratamiento.

La Semana Vitivinícola ha luchado, desde el primer día, por conseguir hacer del sector vitivinícola español un sector potente, dinámico, respetuoso con el medio ambiente y sensible con su responsabilidad social. Qué duda cabe que habremos cometido errores y que no todos nuestros proyectos habrán sido entendidos como los habíamos planteado. Pero siempre hemos estado ahí para defender al sector, valorizar sus productos y trasladar a sus gentes el orgullo de sentirse parte de él. La crisis ha pasado por encima de nosotros como un pesado rodillo que ha expulsado a muchos compañeros y medios, pero con ánimo e ilusiones renovadas afrontamos este nuevo año como una nueva época en la que seguir apostando por adaptarnos a los nuevos tiempos, no solo desde el punto de vista de acceso a nuestros contenidos desde cualquier medio electrónico, sino también renovando contenidos con la edición de números especiales dedicados a temas de gran actualidad e interés para el sector. Con más o menos intensidad, pero siempre nos hemos sentido respaldados por un sector vitivinícola del que nos sentimos parte, y aspiramos a seguir siéndolo.

Gracias y feliz 70 aniversario.

2015: un año de grandes esperanzas

Comienza un nuevo año y con él renovadas ilusiones por hacer del sector vitivinícola español un negocio rentable y coherente con la relevancia mundial que representa. Y aunque los retos que se le presentan no son muy diferentes de los del año pasado, el otro, o el de más allá; sí podríamos decir que el entorno económico y social, amén del estrictamente referido al del propio sector productor, permite albergar alguna seria esperanza de que el 2015 pueda llegar a suponer un punto de inflexión en el sector.

Ruptura que, sin duda, pasa por el consumo interno y la mejora de nuestra imagen en el mercado exterior. Por un aumento de precio y mantenimiento de las exportaciones, pero especialmente, por una mayor concienciación de la colectividad y la identificación de la recuperación del consumo interno como reto más inminente.

La conciencia existe, pero también existía en años anteriores. De lo que quizás no disponía el sector era de mecanismos con los que luchar por conseguir ese objetivo. La campaña de Quien Sabe Beber, Sabe Vivir, ha sido un buen ejemplo de estas aspiraciones y de la concienciación existente entre los diferentes colectivos sobre la importancia de acercarse al consumidor. Y aunque los resultados obtenidos todavía están por conocerse, todo parece indicar que ha sido muy favorable, que el interés por el Vino es alto, casi tanto como el desconocimiento que tiene el consumidor, pero que está dispuesto a hacer un esfuerzo por acercarse a esa cultura vitivinícola que le permita disfrutar más de la riqueza que le proporciona una copa de vino, y que va mucho más allá de una bebida más o menos agradable; que contiene una vasta tradición y potencial cultural.

Desde el sector somos conscientes de ese interés, de lo que podemos transmitir, e incluso de cómo transmitirlo. Hace ya algún tiempo que hemos superado aquella primera barrera de la recuperación de un consumo masivo por otro muy selectivo; incluso aquella otra de la exclusividad para despojarle de una gran parte de la parafernalia de la que lo rodeamos, para hacer de su consumo algo más liviano y sencillo. Vamos a pedirle al Nuevo Año que nos traiga los recursos y la buena voluntad de hacerlo y que, entre todos, consigamos que la vitivinicultura sea algo más que el consumo extraordinario de una bebida de celebración.

Feliz 2015

Sin duda, los hay que considerarán que el último estudio publicado por la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD), “La percepción social de los problemas de drogas en España, 2014”, es un mazazo para el Vino. Pues bien, nada más lejos de la realidad. De todos los sectores, el del vino es muy probablemente el que mayor sensibilidad demuestra con este tema, y uno de los que más injustamente es tratado (en mi opinión el peor) cuando se aborda el tema por gente escasamente cualificada y que tiende a distorsionar las noticias con el fin de captar la atención de la población más sensibilizada, generando alarma social.

Campañas como “Wine in Moderation”, desarrollada por el Comité Europeo de Empresas de Vino (CEEV) y la Federación Española del Vino (FEV), y en la que participa la práctica totalidad de las bodegas y empresas del sector, son un claro ejemplo de la concienciación existente en este tema.

El vino tiene alcohol y, en consecuencia, es una bebida alcohólica que requiere de un consumo moderado e inteligente. Y en ello se halla inmerso el sector con otra campaña como es la de “Quien sabe beber, sabe vivir”, desarrollada por la propia industria y apoyada y cofinanciada por el Magrama y la Comisión Europea. Acción que aspira a incrementar el conocimiento del vino, transmitiendo las pautas de consumo ligadas al disfrute con moderación y destacando su valor en nuestra sociedad, cultura, paisaje y Dieta Mediterránea, de la que es parte fundamental.

Claro que a aquellos que se mantengan firmes en no querer entender por qué el sector vitivinícola debe seguir luchando por hacer frente a esos ataques se les podría decir que muchos de los países que tienen un verdadero problema con el alcoholismo de su población, ven en el vino la bebida perfecta para sacarlos de él. Aquellos que aspiran a cultivar cualidades culturales y tradicionales, no las conciben sin Vino. Y esos otros que luchan por el respeto medioambiental y la responsabilidad de la sostenibilidad del planeta, ven en el cultivo de la viña la única alternativa en países como el nuestro.

Pues bien, a juzgar por la escasa información de la que disponemos, podríamos asegurar que nuestros enemigos están ganado la batalla. En España, aunque lo disfracemos como queramos y nos justifiquemos diciendo que lo que consumimos es de mayor calidad, o de forma más moderada, o esporádica; lo único cierto es que cada vez consumimos menos. Que nuestras explotaciones si quieren subsistir deben realizar importantes inversiones en reconvertir su viñedo hacia varietales más conocidas mundialmente, y reestructurándolo de cara a aumentar sus ridículos rendimientos. Nuestras bodegas deben desarrollar proyectos y líneas de productos más acordes a un público con escasa información y cultura vinícola de la que tiene toda su formación por obtener. O que el mercado exterior está altamente copado y la mayor parte de nuestra producción solo consigue abrirse hueco en el nivel de los vinos de bajo precio, con escaso valor añadido y altamente sensible a los cambios en sus cotizaciones.

Llegado este punto, podemos bajar los brazos y rendirnos a lo que parece la evidencia de los hechos. O luchar por cambiarlo, por conseguir un viñedo rentable, unos productos adecuados a los consumidores, unas bodegas con recursos y organizaciones fuertes que les permitan abrirse hueco en los mercados exteriores más allá de los volúmenes y graneles. Pero, de manera primordial, vital, ineludible y transcendental, por acercar la cultura del vino a la sociedad española. En ello nos jugamos mucho más que nuestra propia supervivencia, nos jugamos la cultura, educación y mantenimiento de nuestros valores culturales. Y eso se consigue con formación e información, no con sanciones, prohibiciones y persecuciones.