El mildiu pone en peligro la cosecha

De preocupante podría calificarse el momento que vive el sector productor. Pues si las abundantes lluvias caídas en la práctica totalidad de nuestra geografía permitían pasar página a los nefastos efectos que la pertinaz sequía había ocasionado en nuestras producciones. Ahora era la presencia de esta, la que ocasionaba daños de consideración.

Daños por inundaciones, como los ocasionados en la provincia de Valencia, aparte. Digamos que los niveles de precipitaciones no debieran haber ocasionado ningún perjuicio en las cosechas. Más bien, todo lo contrario. Fueron recibidas por los viticultores con los brazos abiertos y la esperanza de poder dar por superado un episodio que duraba varios años y que había llegado a poner en peligro de supervivencia la propia planta; era plena.

Pero como la dicha nunca es completa, a estas lluvias le sucedieron altas temperaturas que trajeron un idílico escenario para el desarrollo de enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Cuya virulencia puso de manifiesto lo que ya algunos viticultores, los más viejos del lugar, preveían. Y es que la sequía de los años atrás, había favorecido el desarrollo larvado de la enfermedad que, cuando se han dado las condiciones adecuadas, ha aflorado con gran celeridad. Haciendo prácticamente inútil los primeros tratamientos y obligando a repetirlos con una alta frecuencia.

Con lo que de coste supone, lo que ya de por sí es un alto inconveniente para muchos viticultores que rozan la nula rentabilidad al precio al que venden sus uvas. Pero que, además, tendrá sus efectos sobre el conjunto de la producción al encontrarse la vid en un estado fenológico muy delicado como es la floración-cuajado, cuando la viña es especialmente sensible. Siendo bastante generalizado que la enfermedad haya traspasado las hojas al racimo.

Afortunadamente esta situación se ha dado antes de que, en aquellas regiones donde vaya a aplicar la vendimia en verde, haya tenido lugar y provocará que muchos de esos miles de viticultores que lo hubieran solicitado, se vuelvan atrás y no tiren ningún racimo al suelo.

Mientras la viña evoluciona, el mercado parece mantener cierta inapetencia. Con operaciones de escaso volumen y cotizaciones que se mantienen bastante estables.

Manteniéndose esa extraña sensación que llevamos meses y meses soportando, de unas salidas desde bodega con tendencia positiva para los tintos y rosados, mientras los blancos caen. Situación que se compagina con una demanda por los operadores que parecen estar más interesados en los blancos que tintos.

Con los últimos datos del Infovi, correspondientes al mes de abril, en la mano. Podemos asegurar que el consumo aparente de vino blanco cae, con respecto al mismo mes del año anterior, un 10’0%, mientras que el de tintos y rosados, aumenta el 6’9%.

O que las existencias de vino blanco son un 15’53% superiores, en tanto que las de tintos se sitúan un 12’19% por debajo. Aunque, en este caso, hay que reconocer que desconocemos la cantidad de vino que, con uvas tintas pudiera haberse vinificado en blanco.

La desalcoholización, ¿una forma de conectar con nuevos consumidores?

No hay ninguna duda de que uno de los temas que más preocupa al sector vitivinícola es el consumo de vino, especialmente entre los jóvenes. Resulta bastante habitual escuchar que “los clientes se nos están muriendo”, en referencia a la escasa tasa de reposición que encuentra nuestro sector entre los jóvenes.

Y, aunque muy posiblemente no todo sea cuestión de reposición, pudiendo haber una parte de esa recuperación del consumo que debamos buscarla en aumentar la frecuencia de consumo (actualmente cifrada en tres copas a la semana, concentradas en fines de semana); es incuestionable que la incorporación de nuevos consumidores resulta vital para nuestro futuro.

Encontrar la forma de llegar a ellos con un mensaje, presentación y tipología de vinos adecuados lleva años convertido en el principal objetivo de cualquier país productor, colectivo sectorial o bodega individual. Y, aunque cada uno ha tomado, toma y tomará su propia estrategia, todos coinciden en señalar que, en esta batalla, la incorporación de vinos de bajo (o nulo) contenido alcohólico resulta primordial.

Gracias a diferentes estudios realizados con anterioridad, sabemos que los jóvenes a la hora de elegir un vino tienen en cuenta cuestiones que van allá de las características del vino, que argumentos relacionados con la salud, sostenibilidad y autenticidad juegan un papel importante en esa decisión.

Sensible ante estas cuestiones se lleva años trabajando desde la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) en todo lo vinculado con las prácticas enológicas relacionas con la desalcoholización total o parcial de los vinos. Desde la Comisión Europea, en autorizarlas y modificar el etiquetado de los vinos permitiendo las menciones de “alcohol cero”, si el % vol no supera el 0,1; “sin alcohol” cuando sea superior a 0,1% e inferior al 0,5% vol, o “bajo contenido alcohólico” para aquellos de graduación superior al 0,5% vol e inferior al grado alcohólico anterior a la desalcoholización.

Y, por último, pero no menos importante, las bodegas por elaborar un producto que cumpla con unos mínimos de calidad y organolépticos para poder ser considerado “vino”.

Gracias a un estudio realizado por dos profesores de la Universidad de León, Rosana Fuentes y José Luis del Campos, hoy podemos confirmar, con cierto rigor científico, que la mayoría de los consumidores, cerca del ochenta por ciento, estarían dispuestos a probarlos. Porcentaje que sube hasta más del ochenta y siete, si hablamos de los jóvenes. 

Señales positivas, a pesar de todo

Cuando no es por una cosa es por otra, el caso es que el sector no consigue tener un mes en el que no haya algo que genere una inestabilidad anímica que está poniendo en peligro la propia autoestima de unos viticultores y bodegueros que se preguntan cuándo y cómo saldrán de la situación de desesperación en la que se encuentran.

A la falta de rentabilidad que lleva pareja la problemática de la falta de relevo generacional, se suman cosechas calamitosas que agudizan más una situación agravaba por la pérdida de consumo y una grave sensación generalizada de estar viviendo el peor momento de la historia del sector.

Primero fueron tres años de pertinaz sequía que, si bien afectaron a todo el mundo, dejando unas producciones que nos retrotrajeron a hace más de sesenta años, resultaron especialmente importantes en nuestro país, llegando a poner en riesgo la propia supervivencia de la planta en numerosas regiones. Afortunadamente, con las lluvias del 2023 la gran mayoría de estas situaciones se vieron superadas y en las que no lo hicieron, especialmente el sur del Levante, lo han sido este año. Y, aunque los granizos tampoco es que hayan dado tregua, pues han resultado de una alta importancia y gran generalización, sus efectos sobre la producción venidera no debieran ser relevantes. No así la otra gran amenaza a la que ahora deben hacer frente los viticultores: las enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Que ha encontrado un ideal campo de cultivo en los altos índices de humedad y elevadas temperaturas. Focos, todos ellos que, de momento, están controlados con los tratamientos adecuados; si bien suponen un mayor coste para una producción sobre la que hay grandes dudas ante los precios a los que podría operarse.

Y, aunque las exportaciones, en datos interanuales a marzo’25 cayeron en volumen, respecto al mismo periodo del año anterior, un 3,2%, hasta sumar 2.695,67 millones; su valor presenta un ligero aumento del 1,6%, alcanzando los 3.491,2 millones de euros.

Centrándonos sólo en vino, el descenso del volumen cae hasta el 7% y mientras que el valor apenas crece un 0,3%. Siendo la categoría de graneles la que más sufre en volumen con una pérdida del 8,7%, mientras que los envasados pierden el 5,3% y los bag in box aumentan un 7,9%. Mientras que en valor sigue siendo el bag in box el que mejores datos presenta con un aumento del 4,1%, mientras que en los envasados crece un 0,8% y en los graneles cae un 1,2%. Resultando especialmente llamativo el descenso del 21,8% en volumen y 7,9% en valor del cava.

Considerando los múltiples frentes abiertos en el mercado internacional: amenazas de aranceles que llevarían a una guerra comercial mundial, la guerra en Ucrania, el conflicto en la franja de Gaza… Y el grave perjuicio que todo ello está generando en la confianza de los consumidores y sus consecuencias que ello acaba teniendo sobre el consumo, especialmente cuando hablamos de bienes que no son de primera necesidad, como es el vino; tampoco podemos considerar malos los datos del infovi de marzo, donde el consumo estimado mantiene, prácticamente, la misma cifra del mes anterior y confirma la tendencia de positiva de los tintos y rosados frente una caída de los blancos.

Un círculo vicioso del que hay que salir cuanto antes

Si en algo podemos decir que coincidimos, todos los que, de una manera u otra, estamos relacionados con el sector vitivinícola, es en destacar la pesadumbre que se respira. Desde las más grandes bodegas a las de menor tamaño, sin olvidarnos de las cooperativas, viticultores o distribuidores… Todos hablan del presente del sector como uno de los peores tiempos, como un momento en el que corre peligro la misma supervivencia del propio vino.

Y, muy posiblemente, si todos opinan lo mismo, será porque es verdad, pero yo sigo sin entenderlo muy bien y, desde luego, sin compartirlo.

Puedo estar de acuerdo en que las amenazas que se ciernen sobre el vino como producto por su contenido alcohólico son importantes y de consecuencias imprevisibles. Que la climatología nos ha conducido a niveles de producción mundiales que creíamos altamente superados, devolviéndonos a cifras de hace más de sesenta años. Incluso que el mal momento por el que atraviesan algunas de las zonas más afamadas del mundo, con niveles de stocks importantes generados durante la pandemia, y a los que no han conseguido darle salida en estos años, está generando un efecto contagio.

Hasta puedo entender que los gustos de los consumidores, su cultura, los momentos de consumo, la renta disponible para productos perfectamente prescindibles como es el vino… han cambiado.

Todo cuestiones cualitativas e intangibles que resultan difícilmente cuantificables.

Pero no puedo estar de acuerdo en justificar esta situación con los datos estadísticos de los que disponemos.

La bajada de producción es un efecto directo de cuestiones que poco o nada tienen que ver con el sector. Sequías seguidas de episodios de lluvia intensa, heladas tardías o espectaculares tormentas de granizo; nada tiene que ver con la vitivinicultura y sí con el Cambio Climático.

La reducción de la renta disponible como consecuencia de la caída en las principales economías mundiales. La alteración de un mapa geopolítico. La implantación de políticas ultraconservadoras… Nada tienen que ver con el sector y muy poco, o nada, se puede hacer desde él por cambiarlo. Pero afectan al ánimo del consumidor y reducen su capacidad de gasto.

Y, aunque no estoy cualificado para saber cómo se vence este círculo vicioso de negatividad en la que nos hemos metido. Sí sé cómo no lo conseguiremos. Y es, siguiendo sin tomar más medidas que la lamentación colectiva.

Aunque tímidos, datos positivos del sector

Si bien en 2024 las ventas de vino español aumentaron un 38% en Italia, Japón un 9%, Países Bajos el 8% y Estados Unidos 8%. Según el informe ‘Análisis de las exportaciones agroalimentarias’, publicado por Cajamar, las exportaciones españolas de vino alcanzaron los 3.136 millones de euros en 2024, lo que supone un incremento del 2% respecto al año anterior. Un aumento que rompe la tendencia negativa del año anterior, en el que cayeron el 3%; pero no es suficiente para revertir el estancamiento del sector que pierde peso en el comercio exterior agroalimentario español. Como indica el descenso que ha experimentado en la última década que ha pasado del 7% que representaba en el 2014 al 4% del 2024.

Mientras esto sucede en nuestro país, Portugal mejora un 4% e Italia un 5%. No así ni Francia ni Alemania que descienden un 2% y 4%, respectivamente.

Tampoco en precio mejoramos nuestro posicionamiento, ya que seguimos siendo el país que tiene un precio medio del vino más bajo: 1,49 euros por litro (+7% s/2023), pero a años luz de los 8,69 euros/litro a los que exporta Francia o los 3,66 euros/litro de Italia.

Mientras tanto, según los datos que se desprenden del Infovi correspondiente al mes de marzo, el consumo aparente de vino en nuestro país se sitúa en los 9.736.850 hectolitros de vino, en dato interanual, apenas cuatro mil cuatrocientos hectolitros más que el mes anterior y ocho mil novecientos que el mismo periodo del año anterior.

Dato que, dado el profundo pesimismo en que se lleva desenvolviendo el sector vitivinícola (en el que parecemos haber asumido que nos enfrentamos a un descenso del consumo que seremos incapaces de revertir), supone un hálito de esperanza. Las cifras muestran una tendencia creciente, muy tímida, desde octubre de 2022.

Por colores, los datos también se muestran testarudos ante la idea de una fuerte recuperación del blanco a costa de los tintos y rosados. En el TAM a marzo de 2025, estos vinos de color registran un incremento estadístico del 6,3% en su consumo, hasta los 5,81 Mhl. Un dinamismo que sirve para compensar el retroceso de los vinos blancos (que sigue acelerándose). En el interanual a marzo los blancos suman 3,92 Mhl, lo que supone un 7,8% de caída respecto a un año antes.

Cifras, todas ellas, muy tímidas, pero que debieran aportarnos un halo de optimismo ante un futuro en el que los vinos españoles deberían dar un importante salto cualitativo en cuanto a posicionamiento internacional.

Un camino hacia la revalorización de los vinos

Si bien es cierto que, con el Infovi, la información estadística vitivinícola de la que dispone el sector ha mejorado sustancialmente. Al menos tenemos información (puntual y verificada) de lo que viene sucediendo con la producción y las salidas de vino según sus diferentes utilizaciones. Todavía son muchos los temas, algunos de ellos de vital importancia, de los que apenas tenemos datos o, sencillamente, no sabemos nada.

Uno de ellos es, sin ningún género de dudas, el relacionado con el valor. Para hablar de producción tenemos que esperar un año para que el Ministerio de Agricultura publique su estadística. En el caso de las utilizaciones, para las salidas a exportación: la información obtenida por la Interprofesional del Vino de España, con datos de Aduanas, disponemos de ellos con poco más de medio y medio de retraso. Pero, si hablamos del valor del consumo en el mercado interior, esa información, ni se la tiene, ni se la espera de fuente oficial en un tiempo “prudente”. Y sólo conocemos la elaborada por consultoras privadas y que consideran interesante publicar los datos desglosados del vino.

En esta ocasión ha sido Circana, quien, en su análisis anual del mercado de gran consumo en distribución moderna en España, ha dado a conocer las cifras interanuales a marzo de 2025, relativas a las ventas de vino (sin contar espumosos) y que cifra en 1.754,6 M€, con un incremento del 2,04% respecto al año precedente. El 65% de esas ventas corresponden a vinos españoles con D.O.P., liderados por la D.O.Ca. Rioja con 345,3 M€ aunque con apenas un 0,95% de crecimiento. Que es significativamente fuerte el que presentan los vinos amparados por la D.O.P. Rías Baixas, que se sitúa en un 10,76%.

Lo mismo se podría de decir de Ribera del Duero y Rueda que de las Top 5 indicaciones de calidad españolas son las que más crecen con un 4,43% y un 4,10% respectivamente. Crecimientos similares a los que experimentan los vinos aromatizados (vermuts) con un 4,48%, la sangría y tintos de verano (productos elaborados a base de vino) con un 3,78% y los vinos de aguja con bajo contenido alcohólico que lo hacen un 2,66%.

Datos que vienen a corroborar lo que ya barruntábamos que estaba sucediendo y que ha llevado a muchas bodegas a dirigir su mirada hacia la elaboración de productos a base de vino (algunos de ellos ni tan siquiera es posible definirlo como tal) y cuyo consumo en está adquiriendo protagonismo en momentos diferentes y por parte de un público más joven del que, hasta ahora, venía siendo habitual.

Y, aunque pudiera parecer un tanto aventurado decir que este tipo de consumo podría ser la puerta de acceso a la cultura del vino que lleve a categorías de producto de mayor complejidad, calidad y precio. Cuando menos es una forma de dar salida a una producción que a las bodegas lleva mucho tiempo (desde la pandemia) atragantándosele y que está generando muchos problemas de futuro.

Tampoco es desdeñable la cifra de crecimiento de la categoría de vinos generosos y de licor del 3,57%. Especialmente por tratarse de un tipo de vino de bajo consumo, reducida frecuencia y exigente en un mínimo de formación.

Cifras que, en términos generales, no podríamos decir que son para sentirnos satisfechos, pero que, ante tanto pesimismo como el que parece haberse adueñado del sector, son una pequeña luz al fondo de un túnel que nos ha de conducir, de manera irremediable, a la revalorización de nuestros vinos.

Palo y zanahoria para un burro al que le flaquean las fuerzas

Ya sea porque no importa el país de origen, ni la calidad del producto, ni la tipología del mismo, ni siquiera el precio… todo el sector coincide en calificar el momento actual que vivimos como muy preocupante.

Porque regiones vitivinícolas de gran prestigio han sido las que han enarbolado la bandera de adoptar medidas estructurales para hacer frente al futuro, sin dudar en solicitar la más traumática de todas las posibles: el arranque del viñedo.

Porque producciones mundiales históricamente bajas, que nos sitúan en niveles de hace más de sesenta años, no han conseguido dotar a los mercados de la alegría comercial que cabría esperar.

O, quizás, porque todos los agentes implicados, incluidas las organizaciones que representan los diferentes colectivos de los que se conforma el sector, coinciden en el diagnóstico del problema, señalando a la caída del consumo como el único responsable de la situación.

Incluso, quién sabe si por un efecto contagio de la clase política, que ha asumido como suyo ese diagnóstico pesimista ante futuro más inmediato.

El caso es que, por todas estas razones y muchas más, todos los que tienen algo que decir en este tema coinciden en sus apreciaciones e incluso, en la mayoría de los casos, en las medidas que requeriría su tratamiento.

Las muestras de solidaridad con el sector se suceden, el apoyo institucional es unánime y la percepción de que hay que actuar con cierta celeridad, unísono.

Pero claro, todas esas buenas palabras y sensibilidades hay que llevarlas a negro sobre blanco, definirlas en acciones concretas, dotarlas de los recursos necesarios y, lo que es todavía más difícil, compaginarlas con otras de carácter comercial y, especialmente, de consumo.

Y, así, nos encontramos que, mientras con una mano nos animan a mantener la ilusión en el futuro; con la otra, nos imponen medidas que dificultan el consumo, ponen barreras a la difusión de la cultura vitivinícola o contestan a la imposición de barreras arancelarias con mensajes propios de la más férrea política proteccionista.

Leves caídas en datos macro que deberemos seguir con atención

El segundo avance de las Cuentas Económicas del Sector Agrario (CEA) que elabora el Ministerio de Agricultura, correspondiente a 31 de diciembre de 2024, incrementa el valor bruto de la producción en origen de vino y mosto del pasado año (campaña 2024/25), hasta los 1.353,9 millones de euros. Cifras que reflejan el valor bruto inicial a precios básicos corrientes de la producción de vino y mosto por las explotaciones vitivinícolas, desde la entrada de la cosecha de uva en bodega hasta la primera venta, mayormente a granel y sin incorporar más valor añadido.

Valores que nos situarían un 17,6% y 202,2 millones por encima de 2023/24. Y que encontrarían su explicación, básicamente, en el aumento de la producción vitivinícola en la pasada campaña, que, según los últimos datos estadísticos del MAPA (a 30 de noviembre de 2024), quedaría en poco más de 36,9 millones de hectolitros, frente a los casi 32,4 Mhl de la precedente. No obstante, con unos precios unitarios pagados en origen (salida de bodega a granel) a precios básicos (percibidos por el agricultor, al que se añaden en su caso las subvenciones directas al producto y se le restan los impuestos al producto y el IVA) que descienden un 3,8% respecto a la campaña precedente.

Datos que vendrían a corroborar la evolución de un mercado en el que las transacciones comerciales han evolucionado con cierta pesadez. Con volúmenes reducidos y precios muy contenidos, especialmente si nos referimos a los vinos tintos. Si bien es de destacar la recuperación que en estas últimas semanas están experimentando en cuanto a su valor.

Otro apunte que vendría a avalar esta errática evolución la podríamos encontrar en la cifra de consumo aparente del mes de febrero, último dato disponible del Infovi y que lo sitúa en 9.732.446 hectolitros, rompiendo la tendencia alcista de los últimos meses menos, aunque apenas represente un -0.16% sobre el del mismo mes del año anterior y un 1,52% si lo comparamos con el mes de enero. Cifra que, de momento, carece de importancia. Habrá que esperar a conocer la evolución de los meses venideros para poder sacar conclusiones sobre si esta pérdida de consumo se debe a los ajustes naturales de cualquier mercado o responde a cuestiones de desconfianza y temor a la posible caída del consumo mundial que provocaría la entrada en recesión de un gran número de las principales economías mundial por la guerra arancelaria iniciada por la Administración Trump.

Respeto, generosidad, colectividad…

Nada hay peor para la economía que la incertidumbre. Y, aunque es peligroso aseverar tajantemente cualquier cosa, creo que, hablando en términos económicos, es posible hacerlo. Por más que quien haya tomado la iniciativa de hacer volar los puentes y generar el caos en la economía mundial haya sido el presidente de la que, todavía hoy, es la primera economía del mundo.

Dejando a un lado su evidente falta de “saber estar” y el desprecio con el que trata al resto de mandatarios mundiales. Resulta mucho más preocupante sus delirios de grandeza que le llevan a tomar decisiones, cuyas consecuencias hubieran sido fácilmente cuestionables si las hubiera llegado a analizar con la profundidad que su cargo requeriría.

Actuar como el “matón de la clase” (una figura en la que el poder físico rara vez va de la mano con el intelectual) supone imponerse por la fuerza y sembrar el miedo. Pero nunca es una solución válida, ni desde el punto de vista moral ni desde el práctico. Porque tarde o temprano alguien encontrará la manera de que ese poder se vuelva en su contra. Pero, mientras tanto, siembra el pánico, genera zozobra y resta capacidad de evolución necesaria para el desarrollo.

De esta forma tan zafia y grotesca está desarrollándose la política y, lo que es mucho peor, se está educando a nuestros jóvenes.

Con un acuerdo entre Estados Unidos y el resto de países del mundo (aunque éste sea el mero asentimiento). Esta guerra arancelaria acabará, pero la forma en la que se ha gestionado dejará huella en nuestros jóvenes, no lo olvidemos: los dirigentes del futuro.

Esos mismos a los que desde el sector nos rompemos la cabeza por llegar y hacerles entender que sólo bajo el conocimiento y responsabilidad es posible el consumo y disfrute pleno de una bebida alcohólica como es el vino. A los que intentamos educar en la concienciación de que el consumo de alcohol tiene sus riesgos y que sólo ellos tienen la capacidad del control de lo que beben, para no sobrepasar esa línea, a partir de la que se pierde todo lo que de positivo habían tenido hasta entonces.

Conceptos, los de prudencia y moderación, que se encuentran en las antípodas de cómo están viendo comportarse a los hombres más poderosos del mundo.

En este contexto, que tampoco es que sea nuevo, sino más bien que se ha visto engrandecido por el poder de quien está actuando de esta manera, es posible entender que los políticos, los nuestros, los más cercanos, se hayan perdido el respeto, abandonado la cortesía parlamentaria que exige una mayor inteligencia; propiciando las ideas de “césares” y “salvapatrias”. Imponiendo la crispación ante el consenso.

El vino no va a conseguir parar este declive. No está capacitado para imponer criterios del bien común frente intereses particulares. Ni de devolver la generosidad de quienes más tienen hacia aquellos que más lo necesitan. O imponer el desarrollo frente al dominio.

Están por ver las consecuencias que este nuevo “orden mundial” y esa “geopolítica” nos traigan, pero no será más que un reto al que enfrentarnos y del que saldremos fortalecidos, seguro.

Sin embargo, habrán quedado cicatrices en la sociedad mucho más profundas y que, desde nuestro sector, deberemos seguir trabajando por superar.

Incertidumbre en un escenario inimaginable

Una de las pocas cosas que ha conseguido la Administración Trump, con la imposición de aranceles a la práctica totalidad de los países del mundo, pero también con sus políticas de defensa o participación en organismos internacionales, ha sido generar el pánico, sembrar de incertidumbre el futuro, empobrecernos a todos, asegurar la entrada en recesión de un buen número de las mayores economías del mundo (incluida la suya propia) y un largo etcétera para el que necesitaríamos mucho más que el espacio de esta editorial.

Pero, también ha logrado algo que, quizás ahora sea muy difícil de apreciar y ponderar correctamente, y que podría suponer el revulsivo que la “Vieja Europa” necesita. Con la brusquedad de quien no tiene modales, el Sr. Trump nos ha quitado la venda de los ojos y ha hecho evidente, en apenas dos semanas, nuestra gran dependencia de los demás y la necesidad de cambiarlo.

Acuerdos que se consideraban inviolables han saltado por los aires. La posición política de defensa, hecha añicos y los acuerdos de comercio, pulverizados. Demasiado si no fuera porque no estamos hablando de una novela.

Primero lo fue en el territorio de la defensa y el gasto que a este concepto destinábamos. Luego lo ha sido en el económico y la importancia que, para la gran mayoría de sector, representa el mercado norteamericano. Tampoco nos olvidemos de la política migratoria. Y luego, ¿quién sabe lo que vendrá luego?

El caso es que, más que nunca, se ha puesto en valor la importancia que, desde la Unión Europea, tiene mantenerse unidos y actuar como un Estado. La respuesta en esta primera etapa de la negociación dada por la Comisión ha sido la de tender la mano. Una mano que seguramente será ignorada y menospreciada, pero que, lejos de los desaires, supondrá mantener la esperanza de llegar a un acuerdo que ponga fin a este sinsentido.

Lo que está sucediendo no sólo es importante por ser el país hacia el que todos los productores tienen puestos sus ojos, por ser el que más volumen de vino consume o el que tiene uno de los niveles de precios más atractivos. Lo es porque provocará reajustes en el comercio mundial, confiemos en que contenidos con las negociaciones. Porque traerá la caída del consumo allí, por el aumento de los precios, por más que bodegas, importadores y distribuidores intenten asumir los sobrecostes. Y porque la competitividad de los diferentes países se verá alterada y provocará una reordenación del origen de los elaborados que importan.

Muchas consecuencias para poder prever la política de una Administración a la que sólo sus incondicionales entienden bajo el criterio de una fe ciega.